Del evangelio de san Juan 6,52-59

En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.” Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

 

COMENTARIO A LA PALABRA

¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
¿Cómo puede éste darnos su perdón,
cuando le estamos matando injustamente?
¿Cómo puede éste, siendo Dios, enajenarse de su divinidad
y asumir la condición humana,
hasta bajar a los infiernos de la misma?

Son tantas las preguntas que nos podemos formular sobre Jesús,
que siempre nos quedará una por hacer
si no empezamos por ella.
¿Quiénes somos, para que Dios haga tamañas locuras?
¿Qué necesidad tenía para bajar tan bajo, Él que lo es Todo?

Se preguntaba un orante del Antiguo Testamento:
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano para darle poder?.

No sé si estaba pensando en el poder que va más allá de las cosas,
más allá del dominio sobre el hombre.
Seguro que no.
Cómo iba a pensar en el poder diabólico de juzgar
al mismo Dios y darle muerte.
Sin embargo, hasta ahí llega el poder del hombre.
Poder que depreda y destruye, desde el momento
en el que abandona el ámbito del amor y de la entrega.

Pero aún en estas condiciones, el hombre
no deja de ser “el amado” de Dios.

Él es su imagen y está llamado a ser semejante al Hijo.
Es el hijo pródigo que, huido de la casa paterna,
sufre el desamparo y el desamor.
Es el perdido, el errado, el muerto, el siempre deseado del Padre,
que precisa del Hermano Mayor para que lo devuelva a casa.

Se peguntaban los judíos:
“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.
También hoy hay muchos que siguen preguntándose
sobre la locura de este Dios nuestro
que escandaliza a la razón y
se convierte en inútil para el materialista.

La verdad es que la pregunta sobre el cómo, es lo de menos.
Podemos decir, quizá sea ingenuo,  que ya sabrá Él como hacerlo.
Pero la pregunta que nos quema y que sigue siendo la principal es:
¿Tanto ama Dios al Hombre para que haga
todo lo que hace por él
para que se haga uno con él,
para que se dé a él sin medida?.