Una niebla espesa, como ceniza, se cernía sobre ella,
nublando la visión que tuviera hasta entonces de las cosas

Sin llorar, sus ojos derramaban ríos de tristeza
Y su silencio gritaba silencios entrecortados.

Siempre creyó en la verdad
y la belleza era para ella
lugar de encuentro con la vida,
hasta aquel inesperado día
en el que los colmillos del mal
hicieron presa en su inocencia
desgarrando su alma,
abismándola en el infierno helado
donde la muerte duerme
en espera de ser llamada por el mal.

Cómo decirle,
malherida como estaba,
que no podía seguir mirando

la cara del mal y
seguir viviendo como antes.

Su caso era el de quien quiere saber
el por qué del mismo
y no comprende que para el mal
nunca hay razón.