Del libro de Ester 14,1.3-5.12-14
En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: “Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.”
RESPUESTA A LA PALABRA
Queridos amigos.
En los momentos de dificultad es cuando manifestamos lo que somos,
Se percibe el nervio principal que nos sostiene y nos dirige.
En tiempo de bonanza es fácil confesarse cristiano,
y creer que lo somos.
Sin embargo, cuando la situación es adversa,
no es difícil comprobar que los que antes aparecían públicamente
como cristianos, ahora se agazapan,
y se comportan como creyentes vergonzantes.
A lo largo de la historia, las situaciones críticas
han cualificado la fe de los cristianos
y les han llevado a buscar en Dios el apoyo necesario,
no sólo para salir adelante,
sino para poder cumplir la misión de salvar a los demás.
La historia de Ester responde a la situación
vivida por su pueblo en el exilio.
Ella, mujer judía, ha sido tomada por el rey Asuero, pagano,
que se sirve de los judíos sometidos a su poder.
Pero, Ester no ha olvidado sus raíces y el compromiso con los suyos.
Cuando su pueblo es hostigado y perseguido,
ella se pone de su parte y lo defiende frente al rey
que, instigado por Amán, ha dado orden de exterminarlos.
El autor sagrado nos presenta la calidad de la fe
de esta mujer y el amor a su pueblo que,
arrostrando todo peligro, apoyada en la misericordia de Dios,
intercede ante el rey, y defiende los derechos de los suyos.
La súplica de Ester no puede ser más bella y a la vez más realista.
Se sabe sola, sin más defensor que su Dios,
como también sabe que su pueblo
no tiene quien le defienda sino ella.
Tiene conciencia del peligro que corre,
y por ello suplica al Señor le conceda la palabra precisa
que mueva el corazón del rey a liberar a su pueblo de la muerte.
La historia de Ester es la historia de multitud de hombres y mujeres
que a lo largo de la historia, por amor a su pueblo,
han expuesto sus vidas con tal de salvarlos.
No sólo han intercedido a Dios por ellos,
sino que puestos a su servicio,
han hecho lo necesario para que Dios pudiera actuar.
Dietrich Bonhoeffer, pastor protestante,
condenado y muerto por el Régimen Nazi,
vivió comprometido, desde su fe,
por la liberación de su pueblo.
Pudiendo haberse exiliado a Estados Unidos,
volvió a Alemania donde siguió exponiendo su vida hasta la muerte.
En una carta a su amigo Rienhold Niebubr,
en Junio del año 1939, desde Estados Unidos le decía:
“Mientras descansaba aquí en el jardín del Dr. Coffin he tenido tiempo de reflexionar y rezar sobre mi situación y la situación de mi pueblo, y la voluntad de Dios se ha hecho clara. He llegado a la conclusión de que cometí una falta viniendo a América. Tengo que vivir a través de este difícil periodo de nuestra historia nacional junto con el pueblo cristiano de Alemania. No tendré ningún derecho a tomar parte en la restauración de la vida cristiana en Alemania después de la guerra si no he compartido con mi pueblo las pruebas de este tiempo.
Mis hermanos del sínodo de la Iglesia Confesante me determinaron a marchar. Puede que tuvieran razón cuando me urgieron a ello; pero fue una equivocación por mi parte el partir. Una decisión de esta índole la debe tomar cada uno por sí mismo…. Yo sé cuál alternativa tengo que escoger; pero no puedo realizar mi opción mientras estoy en seguridad…”
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