Del evangelio de san Mateo 5,1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

RESPUESTA A LA PALABRA

La celebración de Todos los Santos
tiene una gran significación para todos nosotros.
Nos adentra en el ser de la vida cristiana aquí y ahora
como anticipo de la vida en plenitud.

Hablar de santidad no es decir algo extraordinario
de unas pocas personas,
pues la santidad, en el designio de Dios, es universal.
San Pablo escribe que:

“Hemos sido llamados para ser santos e irreprochables por el Señor”

San Juan, por su parte dice en el libro del Apocalipsis:

“Después vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”

En el amor de Dios somos todos contemplados,
y en su deseo está que todos lleguemos a la plenitud de la vida.
Otra cosa es que cada uno de nosotros aceptemos ese amor
y vivamos según él.

San Juan en su primera carta lo dice de un modo bellísimo.

“Queridos hermanos: Aunque aún no se ha manifestado lo que seremos, por el amor que nos ha tenido el Padre, somos hijos de Dios”.

Y el hijo, ya sabemos, es semejante al Padre y vive como el Padre 

No dudamos de que en lo más profundo de nosotros
está la raíz de la santidad, y
aunque todavía no se ha manifestado plenamente su fruto,
ya hemos sido santificados por el Señor,
y debemos vivir con sus mismos sentimientos.

La radiografía del santo está impresa en las bienaventuranzas,
sobre todo en la primera, fundamento de las demás.

Nuestra vida tiene mucho de apariencia,
por ello debemos adentrarnos en la realidad principal de nosotros.

Debemos elegir entre vivir en la apariencia o vivir en el amor.
Para mantenernos en la apariencia del mundo,
seguimos los criterios mundanos;
para vivir en el amor,
se nos ofrece el camino de las bienaventuranzas.

Santo, feliz, bienaventurado por sí mismo sólo es Dios.
Nosotros lo podemos ser por participación de su vida,
que gratuitamente nos da.

El Señor quiere nuestra felicidad.
No se resigna a nuestra condición humana, a veces penosa,
sino que nos impulsa hacia una felicidad
que se encuentra en la relación con Él:
una relación de amor, de confianza y de alegría.

Parece una paradoja que la base de la verdadera felicidad
se encuentre en la pobreza,
no entendida como miseria,
sino como aceptación de las limitaciones propias del ser humano,
que necesita de Dios y de los demás para su plena realización.

Pobre es aquel que no necesita de las cosas,
por lo que no pone su corazón en ellas.
Quien vive apegado a las cosas, al dinero, al poder,
a la seducción de los sentidos,
no alcanza la libertad interior que le lleva a la felicidad.

El santo es aquel que liberado de la necesidad de las cosas
vive entregado al amor de los otros, cubriendo así sus necesidades.