Qué hacéis ahí mirando al cielo?
Les dicen aquellos hombres de blanco
a los amigos del Señor,
después de que Jesús resucitado
desaparezca de nuestra vista,
aunque siga permaniendo entre nosotros,
y vuelva al Padre, triunfador
del pecado y de la muerte.
Y, digo yo:
-¿A dónde mirar si no es al lugar
a donde nuestro Amor indicativo
nos precede?.
Como los perros perdigueros
no hacen otra cosa
que seguir el rastro de la presa
para poder encontrarla,
así en nosotros,
lo que la razón no puede
el corazón lo supera
rastreando por amor al Amor mismo.
Nuestro Dios ha bajado hecho presa,
ha pasado por nuestro lado,
para dejarse cazar por nosotros,
puesto que no podemos pisar
otro terreno de encuentro
que esta nuestra tierra
desamorizada sin Él.
Por ello, clama San Juan de la Cruz:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
Aunque es cierto
que no seremos nosotros,
quienes en verdad lo consigamos,
será El quien nos dará alcance
en ese creer nosotros
llegarnos hasta Él
Es el mismo san Juan
el que confiesa
en “Coplas a lo divino”:
“Tras de un amoroso lance y
no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Para decir después:
Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba.
Dije: No habrá quien lo alcance.
Y abatime tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance”.
Pues sí, seguimos mirando al cielo,
abierto por nuestro Dios,
hecho presa para nosotros.
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