Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.
RESPUESTA A LA PALABRA
Jesús no se marcha sin antes manifestar que se queda. Su bendición lo hace presente, lo fija y lo prolonga en nuestro hoy, haciendo de nuestro ayer y mañana una misma realidad. Si se rebajó hasta hacerse carne de nuestra carne, asciende, ahora, para que con él ascendamos también nosotros.
Jesús, el Señor, una vez resucitado, vive, y vive para siempre, en nosotros y con nosotros, en la tierra y en el cielo.
El se ha constituido en Camino, Verdad y Vida, para todos los que buscan convertir la tierra en hogar común, antesala del hogar Paterno.
Él es la experiencia fundante de la vida nueva a la que aspira todo viviente bien nacido.
No estamos solos aunque “vayamos de vuelta”, como los discípulos de Emaús. La humanidad ha dejado de ser “anónima”. El corazón del Resucitado late en ella, porque la humanidad de cada hombre ha vuelto a latir en el corazón de Dios
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