Mateo 20,20-28

 

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?” Ella contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.” Pero Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?” Contestaron: “Lo somos.” Él les dijo: “Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.”

Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Santiago fue el primero de los apóstoles en derramar
su sangre por Jesús.
Herodes Agripa lo hizo decapitar al inicio de los años 40 del siglo I.
¿Cómo entender este acontecimiento
en la situación actual de nuestra sociedad?

Benedicto XVI en una catequesis que dedicó al Apóstol Santiago
se refiere a que él pudo asistir a la Transfiguración
de Jesús en el Tabor
y también a la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní.

Y señala:

la experiencia de Getsemaní,
constituyó para él una ocasión de maduración en la fe,
para corregir la interpretación triunfalista, de la primera:
el Mesías, esperado como el pueblo judío como un triunfador,
en realidad debería asumir el sufrimiento y la  debilidad humana”.

En ese marco podemos leer el evangelio de hoy.

Santiago y su hermano quieren un lugar de honor en el Reino de Jesús.
Esa demanda, al margen de la ambición humana que pueda contener,
muestra su fe en el Señor.
Él es el Mesías que esperaban y va a instaurar su Reino.
Han visto cosas grandes pero, también, conocen
la pobreza de medios del Señor.

Jesús les pregunta si están dispuestos a compartir su cáliz y,
sin dudarlo, los dos hermanos responden que sí.

En su entusiasmo por la persona de Jesucristo
nada les parece un obstáculo insalvable
ni un precio excesivamente elevado. 

Cuando reciban el Espíritu Santo en Pentecostés
serán capaces de dar el testimonio.
Así nos lo muestra la primera lectura.

Si Herodes mandó matar a Santiago y no a los otros apóstoles
quizás fuera porque vio en Él un arrojo y una valentía
que le impresionaron sobremanera y sobre él descargó la rabia.

El Papa, en la misma catequesis, utiliza el camino seguido
por Santiago como símbolo de

la peregrinación de la vida cristiana,
entre las persecuciones del mundo y el consuelo de Dios”.

Al final del evangelio leemos como Jesús corrige a sus apóstoles.
Santiago y Juan eran especialmente arrojados
y el mismo Jesús los había denominado Boanerges (hijos del Trueno).
Pero el trato asiduo con el Señor y el dejarse corregir por Él
hizo que las disposiciones naturales de su carácter
no fueran impedimento para la gracia.

Jesús enseña a sus apóstoles, y también a nosotros,
a contrastar todos nuestros proyectos con su persona,
y así, por ejemplo, descubrimos que:

el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos”.