Del evangelio de san Juan 20, 19-31

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: – «Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: – «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: – «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: – «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Octavo día,
¿Inicio de algo nuevo, o plenitud de lo ya existente?
La vida desbordada del Señor Resucitado
empapa el corazón de quienes se dejan encontrar por Él,
fecunda las semillas de luz en él depositadas y
las hace nacer de modo inesperado.

Cuando la Palabra, “Carne nuestra”,
enmudece asesinada por la fuerza demoniaca del poder,
la fe deja paso al sinsentido,
el amor se aletarga y
la duda aguijonea a la esperanza.

Tomás, el hombre, cada hombre,
quiere ver, quiere palpar,
quiere a Dios a su medida y
no entiende a un “Dios Mayor”
que enajenado de su divinidad,
arropado de nuestra carne,
entregada su vida,
entregada su sangre,
se levanta como “Nuevo Adán”,

Viviente definitivo,
Vivificador de todos los que comparten
su existencia. 

Ocho días después, cualquier día después;
puede ser hoy o mañana mismo.
Tomás, tú, yo o cualquier otro,
mordidos por la duda
pero sin dejar de esperar,
porque en el corazón perviven
los ecos de la Palabra,
de sus palabras,
sabremos de su presencia.

Sin necesidad de tocar, ni de ver, ni de sentir,
sabremos de Él.
No hará falta que nos muestre su costado,
ni que alargue sus manos hasta la altura de las nuestras
ni que nos diga: “no seas incrédulo”,
porque sin nada de ello sabremos que es Él.
Que Él no ha dejado de ser el mismo,
ni nosotros tampoco.

Quizá sí necesitemos una palabra,
sólo una palabra: “Paz”, “paz a vosotros”.

Así nuestro corazón no temblará más de miedo,
si se estremece será porque acompañe el susurro
que brota de la herida de nuestro corazón
reconocido por Él y por Él reconciliado:
“Señor mío y Dios mío”.