Adviento nos llama a una esperanza que va más allá de los cálculos humanos.
Si nos paramos a pensar, un poco, en lo que nos puede deparar el futuro y cómo podemos determinarlo, nos surge la pregunta de hasta dónde podemos llegar con nuestros proyectos; la ciencia, la técnica, la sociología,…, tan importantes y necesarias para el desarrollo, no aportan el sentido básico y último a la vida. Pobre de nosotros si todo lo fiamos a nuestras capacidades.
Un creyente, siglos antes de la venida del Señor, decía: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles…”
Nuestra esperanza nace de la promesa de Dios. El profeta Isaías gritará con todas sus fuerzas para sostener la esperanza de su pueblo: “Lo ha dicho el Señor”… llegará el día en el que dirán: “Éste es nuestro Dios, de quien depende la Salvación”.
Éste, nuestro Dios, es Jesús, que viene a sanar las heridas del corazón del hombre. Él es el amado del Padre en el que descubrimos su misericordia con nosotros.
Te damos gracias y te bendecimos, Padre, por tu Hijo, nuestro Señor, en quien has cumplido tu promesa. Despierta nuestros corazones dormidos y sacia nuestras hambres con el amor que, gratuitamente, nos trae.
Profecía de Isaías (25,6-10)
Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.»
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