¿Cuál es mi lugar dentro de la Historia de la Salvación?. En el designio de amor que Dios tiene para la Humanidad, ¿dónde me contempla Él? ¿Cómo llegar a saberlo si no se me revela de manera explícita?

Estas preguntas nos surgen cuando contemplamos las historias de aquellas personas que experimentaron la llamada de Dios y su misión.

La liturgia de hoy, nos propone las llamadas a la vida de Sansón y de Juan Bautista. Leído el texto sagrado, nos pueden parecer maravillosas y muy distantes de las nuestras pero, aún así, se dan en todas unas claves comunes, y lo que es más importante: para Dios somos tan amados como ellos y nos tiene en cuenta en este momento preciso de la historia.

Ellos, como todos, fueron llamados para algo, sus vidas se identificaron con una misión que no programaron ni eligieron sino que, dada por Dios, aceptaron como forma de vida  personal. Por su actitud obediente,  fueron capaces de escuchar y acoger la palabra de Alguien, aparentemente ajeno a su voluntad.

Es fácil descubrir en ellos esa humildad que les hace no poseerse y les dispone a colaborar positivamente en el proyecto ofrecido, aunque al principio les cueste creer que dicho proyecto esté hecho para ellos,  porque les supera y está fuera de sus cálculos.

Es un gracia de Dios hoy día, reconocer que todo hombre o mujer que nace no es un accidente o una casualidad; es alguien que forma parte de un todo, en el que juega, aún sin saberlo, un papel importante en el mismo;  aunque las consecuencias de la vida de una persona no aparezcan de momento, no quiere decir que no se vayan a dar o se estén dando ya de forma silenciosa.

Saber que tengo una misión en la vida me salva del “sin-sentido” al que me empuja la cultura actual.

 

Del libro de los Jueces  (13, 2-7. 24-25 a)

En aquellos días, había en Sorá un hombre de la tribu de Dan, llamado Manoj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos. El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo: «Eres estéril y no has tenido hijos. Pero concebirás y darás a luz un hijo; ten cuidado de no beber vino ni licor, ni comer nada impuro, porque concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la navaja por su cabeza, porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer. Él empezará a salvar a Israel de los filisteos .»

La mujer fue a decirle a su marido: «Me ha visitado un hombre de Dios que, por su aspecto terrible, parecía un mensajero divino; pero no le pregunté de dónde era, ni él me dijo su nombre. Sólo me dijo: “Concebirás y darás a luz un hijo: ten cuidado de no beber vino ni licor, ni comer nada impuro; porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte.»

La mujer de Manoj dio a luz un hijo y le puso de nombre Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo. Y el espíritu del Señor comenzó a agitarlo

Una vida, una misión

No hace falta saber de donde viene,
ni siquiera quien es,
porque sus frutos lo identifican.
Quien es la vida no puede sino engendrarla
y quien promete y es fiel la cumple.

No pueden dar higos las zarzas ni uvas los espinos,
no puede ser hombre de Dios
quien no viene de Dios,
ni actuar su designio de amor
si antes no se contempla
en el corazón del mismo.

Promesa de Dios a la estéril,
palabra de Dios a la historia:
lo que para vosotros es imposible,
para mi es cosa hecha.

Concebiréis el bien aunque en vuestro querer
reine el mal todavía,
la muerte y la impotencia serán vencidas
por el Hijo que os va a nacer,
tiene en su mano la vida
y en su corazón tatuados vuestros nombres. 

No es el hombre de Dan quien engendra,
ni su mujer quien concibe,
si no estuviera  previsto que la Virgen
diera a luz a la Vida y
entregara su fruto al designio amoroso del Padre.