Del profeta Isaías 1,10.16-20

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA

Queridos amigos:
El texto del profeta Isaías nos introduce una vez más
en el sentido real de la conversión
y las consecuencias concretas que produce,
no sólo en el que se convierte,
sino en la comunidad de hermanos en donde vivimos.

La conversión no es algo que atañe a la interioridad del hombre.
La verdadera conversión supone un cambio en el comportamiento,
y por lo tanto en todas las áreas de la vida.
En realidad, una vuelta a lo esencial de la fe
lleva a una vida de amor, y éste se verifica en lo concreto.
Amar a Dios es amar al prójimo como Dios nos ama.

No espera Dios, de nosotros bellas palabras y buenos deseos.
Una relación con Él, en la que no estuviera presente
la caridad el hermano, estaría vacía de contenido.

Jesús, para introducirnos en el trato con Dios,
nos dio la clave principal para ello.

“Cuando os dirijáis a Dios decid primero: “Padre nuestro… venga a nosotros…, hágase… Danos nuestro pan… perdónanos… no nos dejes caer… líbranos del malo…”

Isaías advierte al Pueblo que no es posible
una reconciliación con Dios si ésta no pasa
por la actuación consecuente del amor al prójimo.

“Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.”

Dios pide a su pueblo que deje de actuar contra el hermano
y que aprenda a vivir con él y para él.
No le pide sólo que no le haga daño, sino que le ayude,
que le beneficie, que le proteja.

El pecado por omisión, tiene la misma fuerza destructiva
que el cometido por acción,
aunque en un primer momento no lo parezca.
Matar o dejar morir, para el caso, conduce a la misma suerte.

En nuestros días, mucha gente se escuda y se justifica
en el “yo no he hecho nada malo”,
y puede ser cierto que no lo hagan,
y que como el fariseo cumplan con los mínimos exigidos
en una sociedad cimentada sobre egoísmo individualista,
sin darse cuenta que muchas de las tragedias que vivimos
en nuestra sociedad proceden no del mal positivo,
cuanto de la carencia de bien, de la inacción para lo bueno.

Isaías concretaba el hacer derivado de la conversión
en aquello que afectaba más directamente al vivir de la comunidad:

“aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. “

Hoy, nosotros lo podemos y debemos hacer
mirando las urgencias propias de nuestro tiempo.