“Adviento es mucho más que un Tiempo Litúrgico. Adviento es el tiempo, todo el tiempo, que el hombre tiene para crece en humanidad. Si el amor es la raíz de la persona, y el amor se genera en el amor, ¿quién puede prescindir de la fuente del mismo cuando, hemos aprendido, que de esa fuente, en nosotros, no queda más que el deseo?. El Adviento es ese Tiempo de espera y esperanza, de que esa fuente vuelva a manar en nuestro corazón, porque del hontanar de Dios nos llegue el “Agua viva” que esperamos.
Ahora, que se nos pide estar atentos a los signos, para discernir sus pasos en nuestra historia personal y colectiva, se nos invita a orar para preparar el camino del encuentro. Las Escrituras Santas nos dan las palabras y los sentimientos del hombre que espera con los ojos abiertos y los oídos despiertos. Son tan sencillas y tan profundas… que el corazón las hace suyas en el momento que las dejamos entrar: “Ven, Señor”, “Venga tu Reino”, Si vinieras ya…”, “Si bajaras…”, “Ojalá rasgases el cielo”, “¿Cuándo veré el rostro de Dios?”, ¿Dónde estás, Señor?”…
Para este tiempo, en el que las profecías que sostuvieron la esperanza de Israel, sobre todo de Isaías, marcarán los textos que se proclamen en nuestras iglesias, el comentario, que os ofreceré, serán unos pequeños pregones a la usanza de aquellos otros, que hace mas de cincuenta años, se hacían en nuestras calles y plaza, cuando algo de interés común ocurría en el pueblo.
Dice el profeta Jeremías (33,14-16)
«Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa e Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “Señor-nuestra-justicia”
“Atención, un vástago legítimo de David hará justicia.”
Jeremías, vocero de Dios,
Pertubador de Israel.
Sobre tus pocos años,
cargaste con la misión ,
que superaba al adulto.
La palabra de vida,
de quien te llamó a ella,
fue tu sostén y tu fuerza.
No te asusta el pueblo a quien denuncias,
ni el rechazo sufrido por las castas.
El amor te hizo su siervo,
su drama se convirtió en tu carne.
Hoy, como entonces,
tu voz, en nuestros desiertos,
frente a las palabras vanas,
envueltas en humo y niebla
de los voceros de turno,
flautistas de Hamelín,
guías hueros,
nos despiertan la esperanza.
En el destierro, tu voz se eleva
para recordar al Justo,
para proclamar con fuerza que
“Dios cumple”,
que Dios viene
y deshace las torpezas de los hombres,
y rehace la heredad perdida de su pueblo.
Mirad, gritas de nuevo,
prestándole a Él tu voz:
la promesa, hecha a la Casa de Israel,
sigue en pié, como en los tiempos de Judá.
Y se cumplirá, y se cumple:
De David, mi siervo,
llega el Hijo deseado,
Vástago de justicia,
misericordia y derecho.
Jerusalén, la Nueva,
ciudad de todos
será testigo del cumplimiento
de las promesas de un nuevo orden.
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