Del evangelio de san Marcos 4, 35 40

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán,,y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. El estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: – «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»

 

 

RESPUESTA A LA PALABRA

San Marcos nos recuerda un episodio de la vida de Jesús
que viene a iluminar nuestra actitud frente a la vida.

Cristo se ha embarcado con nosotros.
Ha subido a nuestra barca y hace la travesía con nosotros.

Viendo el pasaje del evangelio
y cual es la reacción de los discípulos
nos podemos preguntar sobre los criterios
que están en la base de nuestro vivir diario.

* humanos…. (hombre viejo)
* cristianos… (hombre nuevo)

Pablo advierte que, si es cierto que Jesucristo,
se ha embarcado con el hombre en su propia historia,
ya no se puede vivir según la falsa sensatez
del hombre viejo.

La muerte y Resurrección de Jesús lo ha cambiado todo.
El hombre nuevo, superando el egoísmo propio
del hombre viejo, 
vive para los demás.

El criterio para valorar a los demás no es la apariencia de ser,
sino lo que realmente es,
es decir, su dignidad humana
que nos hace iguales en Jesucristo.

Sin embargo, seguimos aferrados a criterios poco cristianos
valorando a las personas, los acontecimientos,
sólo superficialmente,

cuando la realidad más importante escapa
al simple análisis racional.

Decimos: soy administrativo, médico, mecánico…
equivocando el ser con el hacer,
lo que somos con lo representamos.      

Vivimos de representar un papel más que de aquello
que somos en realidad.

Tratamos de gustar a los otros para que nos reconozcan
en nuestra imagen y luchamos por mantenerla,
a costa de lo que sea.

Defendemos el status al que creemos pertenecer
si nos complace 
o buscamos adquirir otro más alto,
sin mirar si las mismas estructuras

que lo sostienen están dañadas en sus cimientos.

Por todo ello cuando viene la dificultad pensamos hundirnos y
nos instalamos en el miedo.

Por esa misma experiencia pasaron
los primeros discípulos de Jesús.

Acostumbrados a ser pescadores, no podían sino valorar
la intensidad de la tormenta y la fragilidad de la barca,
Aún no habían descubierto que más importante que todo ello
era quién hacía la travesía con ellos.

Normal que se sorprendieran.
No podían esperar que el Hijo del carpintero
fuera el Hijo de Dios.
Vivían instalados en el pensar del hombre viejo y
no habían nacido a la fe.

¿No nos sucede algo parecido a nosotros?