Del evangelio de san Marcos 1,21-28

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.” Jesús le increpó: “Cállate y sal de él.” El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

 

RESPUESTA A LA PALABRA

San Marcos nos presenta lo que pudo ser una jornada
en la vida misionera de Jesús.
Como buen judío que era, empieza en la sinagoga.
Jesús nunca dejó de sentirse parte de ese Pueblo
profundamente religioso, que era Israel.
Participó de su fe y de sus costumbres,
aunque criticara todo aquello que, vaciado de contenido,
no era otra cosa que cumplimiento y vanidad.

El texto que contemplamos nos pone delante de nosotros
dos realidades propias de Jesús.

La confesión de las gentes que le oyen hablar,
y la expulsión del padre de la maldad.

Jesús se manifiesta con plena sencillez, sin artificios,
pero con una autoridad propia.
Así lo recoge el decir de quienes le oyen:

“Este hombre habla con autoridad.”

Jesús no es un maestro de la Ley,
o un rabino que interprete lo ya dicho por otros.
Jesús no se remite a textos, sino que
habla con la autoridad de quien dice verdad,
y ésta se ve verificada por sus obras.

Su palabra es creadora de vida.
Hablar y hacer, para Jesús viene a ser lo mismo.
La cruz ratificará todo su camino de amor proclamado y ofrecido.

La otra realidad que el evangelio nos propone como motivo de reflexión,
es el hacer de Jesús en ese momento.

No todos los que han escuchado a Jesús perciben lo mismo.
Un hombre, poseído por el Malo, grita desde sus adentros.
Confiesa conocer a Jesús y le increpa para que le deje en paz.

En nuestra cultura racionalista, hablar del Demonio no resulta correcto,
parece una antigualla, algo de mentes primitivas y no desarrolladas.
Sin embargo, llámese como quiera, o niéguese si se quiere,
él está ahí presente, induciendo al mal, produciendo el mal.
¿De dónde procede si no, tanta maldad acumulada
en el corazón humano, y que genera sufrimientos en grado extremo?

Es poco menos que una simplificación del problema,
decir que el mal es producto de una equivocación,
debido a un desajuste psicológico en el hombre.

Pensar esto, no soluciona nada en definitiva.
La pregunta sigue:
¿El hombre es alguien que tiene una psicología rota, o hay algo más?

La maldad es algo más que un desajuste del mundo interior
de la persona, que le lleva a actuar irracionalmente.

Debemos recuperar la hondura
con la que trata el problema las  Escrituras Santas.
En ellas descubrimos la existencia de un ser misterioso
que quiere introducir el mal en el hombre,
porque el hombre es querido por Dios.

El Diablo es un espíritu privilegiado
que se revela contra Dios por envidia.
Porque el amor de Dios no se dirige hacia él,
sino hacia una criatura inferior, pequeña y frágil,
cercana al mundo animal y sujeta a la muerte.

¿Cómo puede Dios tener previsto hacerse hombre
por amor a éste ser inferior?.
No puede concebir el Diablo que Dios ame algo más inferior que él.

Como consecuencia de esta envidia irrefrenable,
el Diablo se convierte en el encizañador que miente
y empuja al hombre a enredarse en sus propias debilidades,
y a alejarlo del amor desde el que ha sido creado,
separándolo así, de Dios.

El hombre no deja de ser un ser libre,
pero con profundos desequilibrios, fruto de su ruptura con Dios.  
Es en estos desequilibrios,
o tendencias no armonizadas, en las que el Diablo se apoya
para alejar al hombre de su realización plena y verdadera.
Una argucia que suele usar, es la sugerencia
de que el hombre es un ser autosuficiente y solitario.

A un hombre sólo y sin Dios, le está todo permitido.
El hombre que se experimenta abandonado,
busca sobrevivir de cualquier modo y manera,
teniendo a los demás como competidores a eliminar.

No es literatura lo que decimos;
es la experiencia de nuestro mundo de hoy.

Pero volvamos al texto.
Jesús, para vencer al Maligno, antes lo hace visible.
Descubre a los demás su realidad concreta y lo expulsa con autoridad.  

Curiosamente, los hombres, a pesar de no amar el mal,
nos acostumbramos a su presencia y lo admitimos como algo normal.
La lucha contra el mal deja de existir,
desde el momento que lo acogemos
como parte de nuestra vida personal,
y lo aceptamos presente en los engranajes de nuestra sociedad.

Pero Jesús le planta cara,
le descubre y le vence una y otra vez.
Su enfrentamiento es continuo.

Jesús quiere extirpar del hombre y del mundo
la raíz del mal, que impide el desarrollo del hombre
como hermano y
a la sociedad como lugar de encuentro entre todos.

Una última cosa:
Donde se hace presente el Señor,
el hombre se libera de toda atadura atávica y supersticiosa.
Pierde el miedo y asume su libertad como modo de vivir la madurez.