Del evangelio de san Marcos 1,1-8

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.”” Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaba sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.”

 

RESPUESTA A LA PALABRA.

Los textos sagrados insisten y profundizan en la idea de la espera.
Peregrinos como somos,
nos acercamos al final de una etapa
en la que también está citado el Señor.

Espera activa, a la vez que ferviente.
Espera alegre, aún en medio de la dificultad
porque se apoya, no en nuestra capacidad de hacer,
sino en la fidelidad de Dios.

En tiempo de bonanza nos resulta fácil la vida
en todos los sentidos.
Cuando arrecian las dificultades y
nos adentramos en zona peligrosa,
en la que no dominamos la situación,
aparece en nosotros el temor,
y el deseo de que todo encuentre rápida solución.

No pocas veces nos cansamos de esperar y nos quejamos.
No entendemos por qué el retraso de aquello
que Dios nos tiene prometido.

San Pedro, en su segunda carta,
trata de dar respuesta a las tristezas y desánimos
de sus discípulos,
causados por el retraso de la venida del Señor,
que ellos consideraban inminente.

San Pedro dice que el retraso no es un descuido del Señor,
y menos aún un desinterés por su parte.
EL Señor no calcula el tiempo como nosotros.
Su espera es positiva porque, en su bondad y misericordia,
no quiere que nadie se pierda.

Por otra parte, san Pedro nos invita a preparar esa venida del Señor,
incluso a adelantarla, con una actitud positiva, buena y santa.
Sabiendo relativizar todo lo que es pasajero
y acentuando una vida de piedad,
dando una razón para ello:

“Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo,¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida!

San Pedro no desliga en ningún momento
el encuentro definitivo con el Señor
de los acontecimientos de la vida diaria.

“Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables”.

San Marcos no se aleja de estas palabras de san Pedro,
ni de las del profeta Isaías.

Juan el Bautista, la voz de la Palabra,
proclama junto con Isaías la necesidad de trabajar
la preparación del encuentro..

“Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos”.

Y da unas pistas para ello, fáciles de entender:

“Que los valles se levanten”,

que todos los vacíos de nuestros comportamientos,
que todos los déficit de nuestra vida, se salden.

Adviento es tiempo para saldar nuestras omisiones,
tanto en el orden de la vida interior como en nuestra vida de caridad.

Pero también se nos dice:

“… que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”.

Haciendo nuestra esta realidad,
nos encontramos con nuestro orgullo, soberbia y prepotencia,
que nos sitúan por encima de los demás
e impiden una vida en armonía.

Bajar supone adquirir las actitudes de humildad y mansedumbre
que facilitan la auténtica convivencia.

Y, por fin, se nos pide ser conscientes y conocedores
de la realidad propia y ajena,
para quitar los obstáculos que impiden ese encuentro con el Señor